En el último año, el panorama cultural de Ayacucho mostró un movimiento más discreto de lo habitual. No dejó de haber actividades, pero sí se percibió una disminución en la variedad, la coordinación y el acompañamiento a las instituciones locales que históricamente sostienen buena parte de la vida cultural de la ciudad. Salvo algunas excepciones puntuales —dos o tres propuestas más visibles—, la agenda cultural pareció transitar sin demasiada dirección ni impulso.
En gran parte de las instituciones culturales se repite la misma sensación: falta presencia del Estado local, falta diálogo y falta un proyecto que piense la cultura como un espacio a desarrollar y no solo como una serie de eventos sueltos. Los talleres siguen funcionando por la voluntad de sus docentes, los espectáculos se organizan con recursos mínimos y muchas asociaciones culturales trabajan más para cubrir gastos que para proyectar nuevas actividades.
Un caso que refleja estas tensiones es el espectáculo “El Ayacucho Baila”. Para esa fecha, todas las instituciones son invitadas a participar sin recibir ningún tipo de compensación: preparan coreografías, ensayan durante semanas y aportan su trabajo para que el evento pueda realizarse. Lo hacen porque creen en la participación comunitaria y porque entienden que es una vidriera importante.
Sin embargo, cuando esas mismas instituciones quieren realizar un evento propio en la Casa de la Cultura, el trato cambia: deben abonar el 25% entre SADAIC y el impuesto municipal establecido por ordenanza. Es decir, cuando se trata de colaborar con un espectáculo oficial, la participación es gratuita; pero cuando necesitan generar recursos para sostenerse, aparece la carga económica.
Este esquema desalienta, complica y termina golpeando a quienes justamente mantienen en pie la vida cultural ayacuchense. Por eso la comparación con gestiones anteriores aparece de manera natural. Hubo épocas con una agenda más nutrida, con mayor presencia territorial, más articulación con academias, clubes y espacios independientes. Hoy, en cambio, se nota menor impulso y una oferta más limitada, lo que termina afectando tanto a las instituciones como a la comunidad.
Revisar la ordenanza del 25% y aplicar criterios diferenciados para las instituciones locales sería un primer paso. Acompañar no es solo prestar un salón o firmar una invitación: es facilitar que las iniciativas culturales puedan crecer, sostenerse y formar parte de la identidad ayacuchense.
La cultura no es un adorno. Es una inversión en comunidad, educación y pertenencia. Y para que Ayacucho vuelva a tener una vida cultural fuerte, es necesario empezar por apoyar a quienes la construyen todos los días.
