Emotivo homenaje a Nahuel Nazareno Ficicchia en el desfile por los 159 años de la ciudad

Nota que se publicará mañana en la edición a papel de Diario Ayacucho

La vida a veces nos golpea con una dureza que es difícil de comprender. Son esos momentos que nos dejan sin palabras, que nos interpelan como sociedad y nos obligan a preguntarnos qué estamos haciendo, qué es lo que nos falta para que los más jóvenes encuentren en su entorno la contención y el apoyo que tanto necesitan.

Días atrás, la noticia del fallecimiento de Nahuel Nazareno Ficicchia, de apenas 22 años, sacudió a toda la comunidad. Su partida nos deja una sensación amarga, un dolor que atraviesa a familiares, amigos y vecinos. Un dolor que invita a reflexionar, que nos pone frente a la responsabilidad de generar espacios donde nadie se sienta solo, donde las manos que acompañan sean muchas y fuertes.

En ese marco, el desfile por los 159 años de la fundación de Ayacucho se convirtió en un momento simbólico para recordarlo y rendirle homenaje. Sus seres queridos quisieron que su memoria estuviera presente entre la multitud, y su fiel caballo ocupó un lugar central en el recorrido. Fue un gesto sencillo y profundo a la vez: su madre, con dos cuadros fotográficos en sus manos, encabezó la marcha entre aplausos, mientras un sentido mensaje a cargo del payador Iñaki Sáenz conmovía a todos los presentes.

“Mil lágrimas en tropel, a mis ojos atropella, brillarás como una estrella, en forma franca y precisa, porque aún brilla tu sonrisa alumbrándonos la huella.
Quién pensaba en el progreso con su plena juventud y hasta fue a domar al sur en busca de su progreso.
Buscando su propio peso, ya después en el regreso traía una idea que arde, puso empeño, fuerza, encuadre por ser un buen ser humano.
Nahuel con sus propias manos le ayudó a construir su casa a sus padres.
Siempre trató de ayudar sin pedir ayuda de otro, y zamarreando algún potro también lo vimos domar.
Tata que supiste atar los ganchos, te recuerda con amor tu gente que lo detalló, sobre el lomo de un caballo o acelerando mejor.”

Fueron palabras que resumieron su esencia: un joven sencillo, trabajador y atento, que amaba su tierra y su familia. Un pibe que daba una mano sin que nadie se lo pidiera, que buscaba su futuro entre los campos, los corrales y la libertad que sólo da el trabajo bien hecho.

Este homenaje emocionó hasta las lágrimas a quienes acompañaban el desfile. Por un momento, todo se detuvo: la música, los aplausos, el tiempo. Como si el pueblo entero entendiera que la memoria es también una manera de cuidarnos entre todos. Como si ese aplauso largo, profundo y sincero nos recordara que cada gesto cuenta y que nunca es tarde para estar más cerca de los que nos rodean.

La historia de Nahuel es la historia de muchos. La historia de un pueblo que debe redoblar su compromiso para que nadie se sienta solo, para que los vínculos sean más fuertes que cualquier dolor y que la juventud tenga siempre un lugar en donde su voz sea escuchada.

Su paso entre nosotros no será olvidado. Por su bondad, por su sencillez y por esa sonrisa que, como dijo el payador, “aún brilla y nos alumbra la huella”.

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