“La seño”, “la Pimen”, “la preceptora”, se despidió de las aulas, pero deja una huella imborrable en generaciones de estudiantes ayacuchenses.
El pasado viernes marcó el final de una etapa y el comienzo de otra para Gabriela Pimentel, una de esas docentes que dejan marca, que se graban en la memoria de quienes alguna vez pasaron por su aula. Con 29 años de trayectoria, Gabriela se jubiló y con su partida cerró un ciclo lleno de vocación, entrega y afecto hacia la educación pública.
Su camino comenzó en escuelas rurales, donde más se siente la vocación. Donde el barro, la lluvia o el viento no impiden que una maestra llegue al aula con una sonrisa, dispuesta a enseñar y aprender. Con el tiempo, su recorrido profesional la llevó por distintos establecimientos educativos de nuestra ciudad, siempre sembrando afecto, dedicación y enseñanzas más allá del contenido de los libros.
“El estudio te da lo técnico, lo básico para entrar a un aula. Pero la práctica, los años y sobre todo el amor, le dan a cada docente algo que no se compra: la vocación”, reflexionan quienes la conocen. Y eso fue Gabriela: una vocación viva durante casi tres décadas.
Al despedirse, compartió un emotivo mensaje en redes sociales que resume el sentir de toda una vida dedicada a enseñar:
“29 años de un camino recorrido, donde tengo presente cada segundo e instante de lo vivido, aprendido y disfrutado. No solo se siente el deber cumplido sino el goce y disfrute. Mucha agua corrió bajo el puente, pero con la satisfacción y placer de haberme levantado cada día agradeciendo el HABER SIDO DOCENTE. Si naciera nuevamente, lo sería otra vez.”
En su mensaje, no faltaron los agradecimientos a quienes la acompañaron en este largo trayecto: sus alumnos, sus padres, sus hijas, colegas, directivos, familias y amigas. Consciente de que educar es una tarea colectiva, Gabriela supo tejer lazos que trascienden la escuela. Supo ser más que una maestra. Fue guía, consejera, compañía. Fue alegría y contención para cientos de niños y niñas.
“Hoy me voy por la puerta grande, como me decían… y se me pianta un lagrimón”, escribió, con honestidad y emoción, en su despedida pública.
En tiempos donde la educación pública enfrenta múltiples desafíos, Gabriela reafirmó su convicción: “Sigo creyendo en la educación pública aunque todo sea más difícil hoy”, dijo, con la experiencia y el orgullo de quien conoce sus luces y sombras desde adentro.
Gabriela Pimentel deja una huella en cada rincón donde enseñó, pero sobre todo en el corazón de quienes la tuvieron como docente o compañera de trabajo. Con alegría, lágrimas y agradecimiento, Ayacucho la despide de las aulas, sabiendo que su legado sigue presente en cada uno de sus ex alumnos.
Ahora, le toca escribir una nueva etapa, sin horarios escolares, pero con el mismo compromiso con la vida que marcó su carrera. Porque hay docentes que se jubilan, sí. Pero nunca dejan de enseñar.