Una batalla que no se ve: la lucha diaria de Cristian Dáttola contra la ELA


La tarde era gris, de esas en que el cielo parece pensar. Cristian me recibió en su casa con un mate sobre la mesa, acompañado por Maribel, su cuidadora y masajista, y por su hermana Marcela Dáttola, quien lo acompaña en cada paso de esta difícil etapa. Entre los tres se respira un clima de afecto, de contención y de fuerza compartida. Me ofrecieron asiento, un mate y un rato de charla que terminó siendo mucho más que una entrevista: fue una lección de vida, fe y coraje.


Hace un año y medio, Cristian Dáttola recibió un diagnóstico que cambió su rutina, sus prioridades y hasta su forma de ver el mundo: ELA, esclerosis lateral amiotrófica. La misma enfermedad que enfrenta el exsenador Esteban Bullrich y que, poco a poco, se ha hecho más conocida gracias a su visibilización pública. Pero detrás de cada caso hay una historia personal, silenciosa, muchas veces solitaria. La de Cristian tiene que ver con la fortaleza, la esperanza y el esfuerzo diario por seguir de pie.
“Todo empezó con una debilidad en la mano”, me contó mientras recordaba. “Yo pensé que era por un accidente que había tenido, me había quebrado dos huesitos. Pero después de meses de rehabilitación sin mejoras, me hicieron un estudio y ahí me dijeron que el problema no era en la mano, era en la cabeza”.


Ese fue el primer golpe. Luego vinieron los temblores, las caídas, el miedo y, finalmente, la confirmación: una enfermedad neurológica que ataca las neuronas motoras y, con el tiempo, va inmovilizando el cuerpo, sin afectar la lucidez ni la mente. “La cabeza la tengo intacta —dice Cristian—, pero el cuerpo se va debilitando. Es feo querer expresarte y que no te salga”.


Cristian había trabajado durante años en la Policía de la Provincia. Vivía una vida activa, entre el trabajo, el gimnasio y sus hijos. Pero la ELA no tiene contemplaciones. “Yo nunca me había enfermado, nunca me había operado de nada. Y de repente, me dicen que tengo esto, que no tiene cura, que sólo hay una pastilla carísima que lo único que hace es frenar un poco el avance. ¿Y sabés qué? Prefiero vivir a cien por hora y saber qué puedo hacer”.


Desde entonces, su lucha se volvió diaria. Una batalla invisible, de esas que no se libran en hospitales sino en la voluntad. Cristian se apoya en terapias alternativas, en la fe y en un profundo proceso de autoconocimiento. Hace terapia con caballos, estudia medicina germánica, metafísica y física cuántica. Se cuida con una dieta estricta, toma agua de mar y suplementos naturales. “Yo creo que el cuerpo se puede sanar si la cabeza está fuerte. Pero eso también cuesta plata, y mucho. Y cuando uno ya no puede trabajar, todo se hace más difícil”.


En junio, me contó, atravesó una depresión profunda. “Me tiré a la cama, no quería hacer nada. Me dejé estar. Y después me di cuenta de que no podía quedarme ahí. Que tenía que moverme, que si me rendía, perdía. Así que me levanté y empecé a buscar ayuda”. Esa ayuda llegó, en parte, gracias a la solidaridad.
Cristian lanzó un bono contribución para poder costear sus terapias, su alimentación especial y los traslados que debe pagar a diario, ya que no puede manejar su auto. “Vendí herramientas, puse lo que tenía, y con eso armé los premios para los bonos. Me costó mucho pedir ayuda. Uno siempre siente que molesta, pero aprendí que a veces hay que dejar el orgullo de lado”.


Mientras charlábamos, me mostró los bonos impresos con esfuerzo y esperanza. Son más que una rifa: son su manera de resistir, de no quedarse quieto. “Yo no quiero lástima, quiero seguir viviendo. Quiero que mis hijos me vean luchando. Por eso hago terapia todos los días, de lo que sea: física, espiritual, emocional. Todo suma”.


Habla despacio, a veces con dificultad, pero con una claridad que conmueve. En sus palabras no hay resignación, sino aceptación. “A veces me cuesta hablar, pero la cabeza está intacta”, repite. Y lo demuestra con cada concepto, con cada idea que comparte. Hablamos de la vida, del trabajo, de cómo el cuerpo se cansa cuando se da tanto sin recibir. Hablamos también de Ayacucho, de la gente y de la solidaridad que aparece en los momentos más difíciles.


“El pueblo tiene ese costado lindo —dice—, cuando alguien necesita, la gente se mueve. Yo mandé mi historia a varias radios, y ustedes fueron los primeros en venir. A veces no se trata de dinero, sino de sentirse acompañado. Que alguien te escuche, que te mire a los ojos y te entienda”.


Lo escucho y pienso en eso: en cuántas personas viven batallas silenciosas, en cuántos Cristian hay en cada pueblo, resistiendo a su manera. Porque la ELA es una enfermedad cruel, pero también un espejo de lo que somos como sociedad. Nos enfrenta a nuestra capacidad de empatía, de mirar más allá del cuerpo.
Antes de irme, Cristian me muestra una hoja con los premios del bono: electrodomésticos, herramientas, una bicicleta. “No son cosas grandes, pero todo suma. Yo lo que quiero es poder seguir con las terapias. No quiero depender de nadie, quiero moverme, seguir haciendo lo mío.”


Su voz tiembla apenas, pero no de tristeza, sino de convicción. “Yo creo que puedo mejorar, aunque me digan lo contrario. Y si no, por lo menos sabré que lo intenté todo.”
En un momento, recuerda a Esteban Bullrich, aquel exsenador que también enfrenta la ELA con entereza. “Él la hizo conocida, y está bien, porque la gente no sabía ni lo que era. Yo tampoco lo sabía. Pero cuando te toca, entendés que hay que hablar, hay que contar lo que pasa. No por uno, sino por los que vienen detrás.”


La charla se extiende. El mate se enfría, la tarde se apaga y la esperanza, curiosamente, parece encenderse. Hay una calma en Cristian que conmueve. Una fe que no tiene que ver con religiones sino con resistencia.


Me despido con un apretón de manos —firme, aunque con esfuerzo— y una frase que me deja pensando todo el camino de regreso: “Lo más importante es no quedarse quieto. Mientras la cabeza funcione, hay que seguir”.


Y eso hace Cristian todos los días. Lucha, aprende, estudia, busca alternativas, vende bonos, comparte su historia. No para inspirar lástima, sino para recordar que la vida, incluso cuando duele, sigue siendo un acto de coraje.
En un mundo donde a veces miramos sin ver, historias como la de Cristian Dáttola nos devuelven algo esencial: la humanidad. Esa que no se mide en diagnósticos ni en estadísticas, sino en la capacidad de seguir adelante, aun cuando todo parece perdido.


Si podes y tenes la necesidad de colaborar con Cristian lo podes hacer al 2494-503064 o incluso tenemos en nuestro diario los bonos que valen apenas $3.000. Este viernes es el sorteo, sería bueno venderlos a todos.
También te invitamos a que nos cuentes tu historia, la de algún vecino. Estamos para ayudarnos entre todos. Nuestro numero 2494208509

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